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Si vosotros no ardéis de amor, habrá mucha gente que morirá de frío.

jueves, 30 de diciembre de 2010

Extremoduro.

-Era lunes, y como todos los lunes el alma me pesaba ahí mismo, debajo del saquito de los cojones. Aquel lunes empezaba con la misma mierda de todos los lunes, en la radio había cinco gilipollas que hablaban de lo que habían dicho otros cinco gilipollas, para que al día siguiente cinco gilipollas más, hablaran de lo mismo que estos cinco gilipollas habían dicho, insoportable. Así que decidí poner la única cosa en el mundo que me relaja, que es como decir que me impide pensarlo.

Te amo, y, te juro que para mí, no existe nada más importante.

-Me da igual, me da igual que no nos casemos hoy, ni tampoco mañana. Solo importa que sé que eres el amor de mi vida, que pasaré junto a tí el resto de toda, absolutamente toda, la eternidad. Y, te juro que es verdad todo lo que dije, que me duele cada centímetro cuando estás lejos de mi cuerpo, que siento esa asquerosa sensación llamada celos cuando estas cerca de otra, pero, joder, sabes como soy, me conoces como nadie. Que, dios, sé que serás el padre de mis hijos, y que me cojerás de la mano cuando nos sentemos en el porche a ver como las golondrinas vuelan bajo la lluvia. Tengo mas que claro que, algún otro día volverás a ponerte este traje negro, y que seré yo la que tenga los huevos para subirte al altar, porque, ¿Sabes? te lo he repetido muchas veces, cientos, miles, incluso millones, porque te amo.

¿Sabes? Me cambiaste la vida, amor.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Debo admitir que me moría por ser la reina de tus labios.


Se acercaba a mi cuerpo remolónamente como un pensamiento ignorante de que yo siquiera me percataba de ello. Podía oír, en un mísero susurro, el palpitar de su corazón a unos reducidos centimetros, golpeando al son del reloj que cada noche oía en la oscuridad de mi cuarto. Su aliento comenzaba, lentamente, a clavárse en mi nuca, un aliento de lo más confortable que jugaba a enrrederarse entre cada uno de los mechones de mi pelo. Debo admitir que me gustaba demasiado, que le quería como nunca quise a nadie, que ardía en deseos por que el tiempo se congelase, por quedar aferrada a su mano, el resto de la eternidad.